invitada al cielo de los inocentes
Pasó el tiempo, y yo me cansé. Ya nada era limpio, ya nada era fiel, ya nada era humano si quiera. Todos mal, todos conflictivos, agresivos, todos oscuros. El tiempo pasó aun más, y yo no reaccionaba, yo no veía detrás de las ventanas con vidrios claros y pulcros. Yo no veía nada en ningún lado.
Me olvidaba, y renacía. Me olvidaba y renacía. Nada cambiaba. Nada cambiaba. Desesperación e ignorancia por la vida, me convertí en un imberbe, en un pasado. Me convertí en algo que yo, no era ni fui.
Un día, el cielo grisáceo, temprano pero con apariencia de ser más tarde, con olor a tierra mojada, a lluvia futura, mis ojos alargados hacia el piso, mi boca sin palabras, mis manos sin nada. Mi ser sin salida. Ese día, deprimente, como cualquier domingo hice mi rutina. Me levanté a las 11.30 AM preparé un café, para mi, y un nesquik para Rocío, unas pocas tostadas para los dos y dejé algunas para cuando ella vuelva de anda a saber quién sabe dónde. Desayuné con Ro y fuimos a dar una vuelta en bici, y de paso a comprar para cocinar. Volvimos y cocinamos juntos, almorzamos y en el momento que yo levantaba la mesa, tocan la puerta. Sí, era ella. Ninguna palabra, ningún gesto, nada. Solo entró, se bañó y se cambió, y se sirvió un té con tostadas de la mañana. Ro la miraba esperando respuestas, yo la miraba deseándole odio. Luego de un rato, al fin cruzamos palabras. Un par, pero algo es algo. Tapamos el silencio para aumentar el ruido. Rocío me pidió ir a lo de una amiguita, y así fue. La llevé en bici hasta la casa de Flor, y allí se quedó. En el transcurso de vuelta a casa, pensaba en qué decir cuando la vea a ella frente a frente, solos. Y nada me surgió, las cosas planeadas son un viento en contra, analicé. Entré y no la vi, ella no estaba. No habían pasado ni 2 horas y ya se había ido sin una charla, sin un beso de su hija ni mío.
Un día grisáceo, domingo, con olor a tierra mojada, a lluvia futura, yo busqué a mi hija, temprano pero tarde según el cielo. Como de costumbre, las preguntas de Ro no tenían respuestas "¿Dónde está mamá? ¿Cuándo vuelve mami? ¿Por qué mamá nunca está?". Pero este día, el planteo de Ro, fue completamente distinto y me abrió los ojos. Sí, una nenita de 6 años abrió mis ojos y me despertó. Ella dijo, mientras dejaba sus pertenencias en el sillón, "Pá, los papis de Flor se dan besos y hablan mucho, ¿por qué vos y mamá no son así?". Las palabras se escaparon, me volví mudo de un segundo a otro, mis palpitaciones se borraban con cada suspirar de ella, mis pasos vulnerablemente desaparecieron, mis lágrimas se asomaron pero se contuvieron. Mi única reacción fue decir "no todos somos iguales, las cosas van a cambiar, hija", la abracé y susurré, "cambiarán, cambiarán...".
Cenamos, y la acompañé a su cama para que pueda dormir, tenía que concurrir a la escuela al otro día, a 1º A. Yo, cansado de ella, de la mujer que encarcelaba mi vida, aumentaba mi locura, creaba mi soledad y encima, me traía desconfianza, decidí arreglar las cosas. Ver qué escondía, porqué esas horas de llegada, porqué tanto misterio, porqué tanta frialdad, yo me preguntaba cada segundo de esa noche que soñé "¿Por qué mierda tenía una mujer así al lado?", obviamente, ninguna respuesta coherente, ninguna razón, ninguna explicación para mi hija.
Lunes, un día normal, menos deprimente que el domingo, más activo que el domingo, un día más largo, pero a la vez más rápido. Y pasó.
Martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo de nuevo. Un domingo exactamente igual que el anterior, y que el anterior al anterior, y al otro, y al otro...más planteos, más preguntas, más cansado yo estaba.
Llegó el miércoles, ella no volvía desde el lunes a la tarde, no atendía, no respondía. Rocío no paraba de preguntar y ponerme más loco que lo que ella me volvía. Yo no paraba de pensar en la situación de soledad en la que estaba viviendo.
Esa noche, sin explicaciones, sin un por qué; luego de ver el auto rojo de donde bajaba ella; el auto rojo de un hombre, de donde bajaba ella; el auto rojo de un hombre que la besó, de donde bajaba ella.
Rocío, no volvió a preguntar. Yo, terminé con mi soledad real. Rocío, dejó de llorar. Yo, me volví más loco.
Ella, mientras los miraba abrazados en la cama en un sueño eterno, deseaba haber compartido un domingo con esos ilusos que cayeron en su juego.
Y para no caer ella en la soledad derrumbada, ni en la locura perpetua, ni en las explicaciones no encontradas para una niña de 6 años, ella, los abrazó, admitiendo que se arrepentía. Ella entró con ellos a ese sueño eterno.
me pegó re fuerte eso q pasó.
(vir·)